El jardín de los limoneros

Hace tiempo que veo en mis sueños un jardín cuajado de limoneros, plantados en grandes macetas de barro y dispuestos en un trazado clásico, en torno a una fuente de mármol dedicada a Ceres. Al fondo, naranjos grandes sobre la tierra desnuda, en contraste con el azul del cielo que se contemplará sin obstáculos desde mi casa.

28.2.06

Casas, sueños y soledad


Nuestras abuelas, que vivieron plenamente la posguerra, pasaron muchas décadas obsesionadas con que no faltase lo básico en la despensa de sus casas. Ninguna de ellas concibe que hoy en día se nos acabe, como si tal cosa, la leche, el azúcar o la harina, aunque la solución sea tan simple como acudir al supermercado.

Ellas, que sufrieron cierta carestía de bienes de consumo, ven con mayor esfuerzo “comprar cuando se acaba” que “reponer antes de que se acabe”. Mi abuela también era así… Casi todas las abuelas son así.

Las situaciones difíciles nos pisan el alma con su suela de plomo y acero, y cuando el alma no es de arena, las olas del mar necesitan mucho tiempo para borrar la huella. Los traumas, grandes y pequeños, se resisten o se reblandecen, según la vida nos castiga o nos sonríe.

Además, qué buena memoria tenía mi abuela…

Siempre me gustó el día de mi santo, el 18 de agosto. Siempre quise celebrarlo, desde niña, porque era verano. Me hubiera gustado nacer en verano… Sin embargo, por más que insistía e insistía, nadie a mi alrededor recordaba que el 18 de agosto era mi santo, excepto mi abuela. Cada año, yo preparaba alguna sorpresa para promover la celebración: inventaba una obra de teatro, dibujaba un gran mural, colgaba farolillos y globos de colores en la terraza… Nada, ¡no había manera! Nadie, ni mis padres ni mis amigos, recordaba al año siguiente que el 18 de agosto es mi santo. … No me enfadaba demasiado por su descuido, la verdad; ellos no lo hacían a posta. Poco a poco, me fui olvidando de mi santo yo también.

Muchos años después, un 18 de agosto (2004) el destino se equivocó de persona, y me hizo un regalo que no era para mí… Pero el subconsciente llevaba tantos años esperando una sorpresa aquel día que… creí firmemente que era mi regalo. …Y pensé que merecía la pena abandonar aquellos primeros sueños de soledad que, por aquel entonces, comenzaban a dibujar en mi mente un pequeño paraíso, aislado del mundo.

Desde meses antes, yo ya soñaba con un lugar que me protegería… Allí donde nadie me vería abrazarme a una almohada frente a un espléndido atardecer… Al menos, allí sería libre para seguir soñando, despierta o dormida, con lo que nunca había podido ser: el calor de un abrazo cuando cae la tarde.

Casi un año después, retomé mis sueños, porque el regalo era de arena y se lo llevó el viento, igual que lo trajo. Y volví a mis sueños de soledad, con más amargura que antes, pero también con cierto plus de madurez.

Dejé de soñar tanto con la terraza de madera desde la que ver atardecer, y comencé a fijarme en cosas más prácticas: mis ahorros, mis posibilidades, el lugar idóneo.

Imaginaba pocas cosas en el interior de esa casa soñada, pero algunas muy nítidas, como una estancia vacía con una ventana muy grande, y sobre el suelo de madera clara, una manta enorme, para cubrirme por completo y perderme en ella, cuando necesitase el calor de ese abrazo que nunca llegó. … Aquel sentimiento de protección que jamás nadie me dio, y que casi aprendí a no necesitar.

Tras la desilusión por el regalo roto, en un lugar bellísimo conseguí respirar más tranquila y llené mis pulmones de aire, de mar y de una certeza: “con mi dinero, al menos puedo comprar un pedazo de tierra”. Mi ‘proyecto Elena’, como lo había llamado yo misma un año antes, seguía vivo, pese al tiempo perdido, con todos sus tintes románticos, creativos, independientes, aislacionistas. Seguía siendo posible, pese a mis pocas fuerzas. Sabía que podría conseguirlo.

Y de nuevo el 18 de agosto se cruzó en mi camino.

Más de seis meses después, entiendo que el destino quiso hacerse perdonar… y por todo lo alto. Creo que me puso en las manos más que un regalo. No tiene nombre.

Siento que, a veces, lo estoy descubriéndolo muy deprisa, y otras veces poco a poco. Creo que mi inclinación hacia la soledad distorsiona un poco los tiempos en mi manera de sentir. A veces no asimilo del todo el regalo tan maravilloso que me ha caído en las manos, y a veces, en cambio, no puedo dormir, como hoy… cuando me doy cuenta de que él me quiere… Y yo quiero cuidar este regalo para que nunca se me rompa… Y no sé si sabré hacerlo.

Yo tampoco sé qué nos deparará la vida…, pero no quiero que eso me importe. Sólo quiero abrazar mi regalo mientras sea para mí; vivir con él en calma, comprenderlo, cuidarlo, aprovechar esta suerte… Hacer cuanto esté de mi mano, el tiempo que esté escrito… O el que escribamos nosotros.

Al igual que las abuelas no comprendían que ya no era necesario llenar y llenar la despensa cuando no había guerra, tal vez yo tampoco he comprendido del todo que tengo que salir de esa espiral que me adentraba dulcemente en el sueño de la soledad voluntaria. Por eso sigo mirando el precio de las tierras en las que quería enterrar mis sueños de compañía y construir una vida sola. Lo miro casi todos los días, y a veces, todavía con angustia.

…Es algo que me ha quedado dentro.

Sin embargo, ayer leí una carta en la que él me dice que quiere cuidar de mí…

…Ya me lo había dicho, pero creo que esta noche he comprendido qué siente en estos momentos… Las emociones de su presente –ése presente que comparte conmigo- han calado en mí esta noche.

He dormido poco, pero me he levantado ligera, como si me pesase menos el cuerpo.

Hoy también he mirado precios de tierras… por saber.

…Pero hoy empiezo a ver las cosas, desde el fondo de mí, distintas… la verdad. Y ya no busco una tierra como quien busca su destierro, sino que… me divierto, viendo precios e imaginando, pero sin ansiedad…

Hoy es un día claro, feliz. Creo que ha sido justo anoche cuando las olas del mar han borrado mis huellas más tristes.

24.2.06

Hoy es viernes...


Como todas las mañanas, he llegado al trabajo puntual, y mientras todos se toman un café antes de sentarse, yo me lanzo al ordenador, para ver si encuentro palabras de la persona que tanto quiero... En forma de correo, en forma de actualización de su blog o de comentario en el mío, o a media mañana, en un sms...

...Palabras.

Me arremolino junto a la ventana y mi planta, donde nadie me ve, y es todos los días laborables un momento íntimo para mí... Es el comienzo de la mañana y la continuación del ayer... Porque me pregunto si hoy él también me querrá, y me respondo que sí... Sé que sí... Y reúno fuerzas para, pocos minutos después, cerrar el correo y seguir trabajando.

Él está lejos de mí..., pero no seré tan injusta de lamentarme. La vida me sonríe, aunque a veces yo no pueda verlo.

No debo quejarme; no puedo olvidarme de que hay gente que muere de pena en este mismo momento, en este mundo en el que yo estoy siendo feliz ahora.

Me pregunto cómo bajo el mismo cielo las personas sufren o gozan estados de ánimo tan distintos... A veces, las mismas personas. Y pienso en estos diez últimos días de vida en el mundo, y recuerdo a los niños enterrados bajo el lodo en su escuela filipina, y a los 65 mineros mexicanos agonizando en la mina, y a la treintena de personas que hacían la compra en un mercado de Moscú del que nunca más saldrían, y me pregunto por qué.

Mientras sus familias les lloran desesperadas en las ruinas de la escuela, de la mina y del mercado (tres símbolos de la vida diaria: educación de los hijos, trabajo y tareas para el hogar) yo no dejo de pensar en que he estado este fin de semana en Venecia, donde la vida es casi idílica y donde he sido muy feliz... ¿Injusto? ...No, por supuesto que no. Yo no he hecho mal a nadie, al menos adrede; pero sí que me siento en deuda con el mundo... Creo que algún día debería sentarme a pensar si puedo hacer algo más.

Por lo demás, estos contrastes dignos de Caravaggio me abren los ojos a la fragilidad del ser humano, expuesto a mil ventoleras de diverso signo, a la imprevisibilidad, al desconcierto... Y al dolor.

Desde hace algunos años siento miedo y no sé bien a qué. Tengo la impresión de que el riesgo se esconde y acecha en cualquier lugar y siento impotencia ante la posibilidad de no poder vislumbrarlo a tiempo si llegara el momento.

Hoy, otra vez, he tenido pesadillas, y no entiendo por qué... Me había ido a dormir contenta.

...Estoy escribiendo deprisa en el blog, no tengo ganas de plasmar un texto elaborado ni refinado. Hoy no me apetece.

...Tengo ganas de que llegue la primavera, eso sí. Quiero pasear entre sol y sombra por los Jardines del Moro, y sentarme en el banco en el que estuve con Luca con un libro sobre Irlanda, sobre cocina o sobre el cuidado de las flores. ...Aunque sea sólo los domingos por la tarde... O mejor los viernes, que estaré más contenta porque tengo todo el fin de semana por delante... Bueno, tal vez los viernes y los domingos...

...Será estupendo oler la primavera este año.

16.2.06

La luz del agua en las fachadas


Hoy he descubierto una nueva utilidad de tener "este otro blog", además del 'zarpemos'... Cuando no funciona uno, tienes el otro.



Hoy necesitaba un blog para hablar de... Venezia.

Probablemente, dentro de dos días pasearé por sus callejuelas silenciosas, cruzaré sus puentes cenetenarios, contemplaré los juegos de luz que se traen el cielo, el agua y las fachadas palacescas.

Para mí, Venecia hasta ahora era sobre todo eso: la luz, y especialmente, el reflejo del agua en las fachadas; sus pinceladas sinuosas que parecen un baile oriental, sus guiños dorados y blancos que nos hablan de arte, historia y leyenda.

Tal vez a partir del próximo fin de semana, Venecia será también él.

He paseado por las callejuelas entre la estación ferroviaria, el Cà d'Oro y San Marcos en tres ocasiones, con personas distintas, en meses distintos. También he dado algún paseo sola, mientras las demás dormían.

...Pero nunca he paseado por allí con él.

Recuerdo la llegada del tren nocturno Roma-Venezia, que llegó al amanecer... Recuerdo los colores y las luces que nos invadieron a Carmen y a mí al salir de la estación, al cruzar el primer puente, al recorrer las primeras calles... Y recuerdo el sabor del capuccino y el cornetto con el que se abrían las puertas de aquella cafetería. Éramos las primeras clientes, a la hora en que la ciudad despertaba. Y es bellísima Venecia al despertar.

En aquel momento, lo confieso, me hubiese gustado estar sola. Carmen, mi amiga canaria, es encantadora, muy simpática... Pero me hubiese gustado estar sola... o con él.

...Pero él y yo aún no nos habíamos encontrado.

Me duele y me fascina pensar que, tal vez, estuvimos muy, muy cerca, varias veces. ¿Cuántas veces he pasado por Génova en el tren que entraba en Italia por Ventimiglia? Recuerdo haber cambiado de tren, al menos una vez, en la estación de Génova-Príncipe. ¿Dónde estaba mi príncipe aquel día? ...Tal vez cerca... Muy cerca. Tal vez hubiéramos podido encontrarnos en cuestión de minutos... ¿Y si ya nos hemos visto alguna vez?

...No... Creo que no... No le habría olvidado.

Dentro de dos días también pasearé por Venecia por la mañana, como otras veces, pero todo será distinto.

Esta vez me sentiré libre y acompañada; esta vez estaré en la ciudad más bella del mundo con la persona más maravillosa del mundo, para mí.

Me muero de ganas de pisar esta ciudad de luz acompañada de alguien que, a mí vida, le ha dado exactamente eso: la luz que me faltaba.

Lo que más deseo en la vida, ahora que ya lo tengo todo, es que él también siga viendo en mí la luz que necesite, más allá del tiempo y del espacio.


Te quiero, Luca.

Elena

14.2.06

Limoneros: sabor a casa


La paz que sentí en aquel patio principesco vestido de limoneros me supo a merienda de verano, a vestido de tirantes, a algazara de golondrinas y a granizado de limón.

Me supo a niñez y a madurez al tiempo; me recordó el pasado y me sugirió el futuro.

Aquella tarde en Lucca, en los jardines del Palacio Pfanner, supe que habría de tener algún día un patio con limoneros... Su imagen me sabe a hogar, a esos metros al aire libre que desearía en mi hogar.

Mi chico, Luca, me ha regalado mil 'espuntis' desde que le conocí... Uno de ellos es un poema de Eugenio Montale que me ha encantado conocer...
Y es que es cierto que no siempre el lujo deriva de la abundancia... de dinero. La imaginación y la creatividad podrían convertir un humilde jardín en un pequeño paraíso.

Hace pocos meses, otro patio y otros árboles, también de cítricos, volvió a embriagarme de bienestar. ...Creo que era el patio de una antigua iglesia, en una bella ciudad mediterránea.

9.2.06

Per comentare i testi sul blog di Luca...


Ho creato questo blog per poter comentare i testi di quello tuo, Luca... (mi chiedeva di averne uno su 'blogger'... anche se non so quanto abbia capito bene, io! ;)

Un bacione!